por | Dic 30, 2019 | Tarot y Coaching | 0 Comentario
Es un gran ejercicio de paciencia y aceptación el que hay que hacer al explicar que trabajo con Tarot, y que lo realizo desde un lugar que queda lejos del estereotipo. Me viene la cara de algunas personas cuando les hago el anuncio, ¡cómo me empiezan a mirar! Es una cara como si de repente dejas de ser la misma persona y te convirtieras en alguien diferente y raro. Como decía al principio sencillamente es algo que hay que aceptar; asumir que lo que yo desarrollo no es para todo el mundo, y no todo el mundo lo puede entender.
Es verdad que trabajar con el Tarot aunque sea desde un abordaje terapéutico si eres una persona con una visión muy científica, muy empírica, y muy unidireccional, es bastante difícil de entender. Lo cierto es que cada vez me importa menos. Pese a que son situaciones no muy agradables, también es cierto que son una buena oportunidad para asumir que los recorridos vitales, y la lógica con la realizamos esos caminos, son muy ricos y variados. Ha pasado ya el tiempo de intentar hacer entender porque agota y, generalmente, da malos resultados. Prefiero indagar por mi cuenta las razones profundas que provocan que “el otro” me mire mal.
Lo mejor de dejar de perseguir al “otro” para que piense igual que tú es que es tremendamente liberador. Lo que abre otra cuestión curiosa que quiero compartir: este ejemplo que te expongo, simple y cotidiano, considero que es en un claro paso a lo que yo llamo desarrollo de la conciencia. Entonces ¿por qué no suenan campanas? Es decir, nadie viene a entregarme la medalla a ciudadana del mes de mi pueblo. ¡Qué cosas tiene la vida! Cuando dejo de pelearme con el otro y acepto si me mira mal, si no le gusto, incluso si le resulto incómoda, aparentemente no ha pasado nada: la rutina sigue su marcha y yo sigo surfeando por ella.
Es curioso que estos aprendizajes que trae la vida, que son inmensos por sí mismos por lo transformadores que resultan, llegan de una manera tan cotidiana y, por qué no decirlo, también tan vulgar. He querido poner este ejemplo concreto pero lo cierto es que lo he observado con otros procesos madurativos en los que me he visto inmersa. Estos entendimientos, o tomas de conciencia, no suelen llegar después de vivencias apasionantes e intensas; generalmente los cambios más trascendentales en mi vida han llegado, y he sido consciente de ellos, en la más completa de las acciones cotidianas.
Una última cuestión, hilándolo con la primera idea que he compartido, es que lo más paradójico de todo resulta ser el hecho de que para que el proceso de desarrollo conciencial sea completado es preciso el que sea mostrado y compartido, siento que no es algo solo para mí; que este “darme cuenta” cobra total sentido y amplitud en el compartir con el “otro”, ese otro al que incomodo, ese otro que no me entiende, ese “otro” que al final resulta que necesito.