En el 2008 estuve viviendo en Granada. Estuve allí por estudios, en una casita alquilada en el Albaicín. Lo que representa el sufrimiento tiene mucho que ver con lo que yo experimenté estando allí. Fue un año de mucho dolor. Aparentemente mi vida parecía ideal, y podía haberlo sido; lo curioso es que en cierto sentido lo era. Viví en una paradoja muy curiosa entre un tremendo desconsuelo y un éxtasis embriagador.
Para mi la realidad tiene consciencia y fue en Granada que empecé a darme cuenta del juego de danza entre la vida y yo, la misma danza del dos de oros en el tarot. La secuencia solía repetirse: la realidad me deslumbraba en momentos en los que yo me sentía muy agobiada, abrumada por mis emociones. Me pasó tantas veces estando allí, que en los últimos tiempos salía a buscar mi medicina.
Hubo muchos días, ahora recuerdo uno en el que yo me dirigía a casa con sensación de angustia y presión en mi garganta. Iba andando por Puerta Élvira con la atención puesta en mis pensamientos. De repente me paré en seco porque justo en ese instante tuve la sensación de encontrarme en el lugar más bello de la tierra, y en el instante más asombroso jamás vivido. El milagro es la luz de Granada, no he visto nada igual en ningún otro sitio. La arquitectura del lugar genera una combinación perfecta cuando penetran los rayos del sol dando lugar a efectos milagrosos, no se puede explicar, solo se puede ver y sentir. Lo más irónico es que, a no ser que me vuelva a sentir como me sentía estando allí, nunca más podré percibir esos grados de belleza.
Desde ese tiempo en Granada nunca he vuelto a vivir la angustia y el dolor de la misma manera. Después, siempre he tenido la misma sensación de que al sufrimiento le envuelve un halo de belleza. Como si la propia amargura permitiera generar por sí misma un instante poético y hermoso, transformando ese mismo instante en amor y aceptación. Como en el dos de oros se da acogida a las dos mitades, la que sufre y la que ama, comprendiendo por fin que ambas son lo mismo.