Recuerdo una vez siendo pequeña, no debía de tener mucho más de 10 años, que junto a dos peques más decidimos construir una cabaña debajo de un puente, en mi pueblo. Era un puentecito muy pequeño de piedra para cruzar un arroyo en el que nunca vi agua, así que era perfecto para levantar una casita donde recrear nuestros juegos simbólicos.
Es un recuerdo del que solo guardo instantes alternos en el que estábamos construyendo con guijarros nuestro hogar callejero. También recuerdo como llegó a estar del todo terminado, y como llegó un niño más mayor y destruyó nuestra construcción. En los juegos de poder infantil hay muchas frustraciones como estas, al menos en los míos. Momentos en los que no hay justicia a la que apelar, ni nada que se pueda hacer para evitarlo.
Cuando este recuerdo vuelve siento algo parecido a lo que representa la carta del As de Copas para mí. Amo ese recuerdo por la ternura que desprende esa niña que fui. Me llena de orgullo, pese a la tristeza que sintió, el saberme capaz desde tan pequeña de materializar lo soñado. La consciencia y esperanza de una niña de crear lo que desea con sus manos. El amor infinito hacia esa pequeña que llora. Saber que ella está a salvo, porque está contenida por mí, adulta y materna, que la abraza y comprende que, pese a que esto pasará una y otra vez, siempre estaré desde un futuro que es ahora, conteniendo y apoyando. Eso es el As de Copas para mí.